Prólogo al disco, por Sergio Pujol:
ENTRE LOS MORROS Y EL SUBURBIO

En el prólogo a su libro Tango. Uma possibilidade Infinita, el ensayista brasileño Hélio de Almeida Fernandes observa que su condición de extranjero respecto a la materia que está por abordar es “una desventaja ventajosa”. Uma desvantagem vantajosa, escribe. Es sencillo entenderlo: a veces la distancia permite ver, sentir y analizar de una manera impensada para quienes viven en el interior de una cultura. Por supuesto, el interés musicológico de algunos brasileños por el tango fue precedido por una amplia difusión del género porteño en las radios cariocas de los años 30 y 40, así como por las grabaciones crossover de Dalva de Oliveira, acaso la gran intérprete de o tango no Brasil. Luego llegó la bossa nova, y el desinterés por el tango en Brasil fue coincidente con el de los argentinos. Y ellos también se olvidaron un poco del viejo samba, dicho sea de paso.
Ahora todos recordamos, ellos y nosotros. El nuevo disco de Gisela Magri tiene como primer propósito recordar y poner en valor el samba y el tango, cada uno con su especificidad de materia sonora y poética y, a la vez, sus bordes concurrentes, allí donde se visualizan tangueros borrachos de carnaval carioca y sambistas enfermos de melancolía. La selección de las canciones es exquisita: encuentra, sin forzar las cosas, los puntos de articulación entre ambas culturas musicales y entonces nos revela tangos que habíamos olvidado (“Carnaval de mi barrio”, “Carnaval”) o escuchamos poco (“Moneda de cobre”) y sambas que desconocíamos (“Imitação”, “Direito de sambar”) o sólo imaginábamos en grabaciones con ruido a fritura (“Rapaz folgado”, “O samba e o tango”, “Ultimo desejo”).
Pero tal vez lo mejor de este disco, tan singular en los panoramas discográficos de Argentina y Brasil, resida en su graciosa manera de traspasar toda periodización rígida y llevarnos de la mano de un samba mutante hasta los años 60 y 70, con autores como Paulino da viola, Oscar da Penha “Batatinha” y Chico Anisio, o mostrarnos, ya en pleno presente, la sorprendente conexión entre “Mares” y “Timoneiro”. Ahí está el enredo con el que juega el título del disco.
La voz de Gisela Magri tiene una notable precisión en el idioma y en las notas. En “Rio Antigo” canta con una musicalidad y una seguridad que hasta ahora no figuraban en su CV artístico. (Cuando escuché la grabación por primera vez, le pregunté a Gisela, un poco en broma y un poco en serio, si no me había engañado con una versión de Elis Regina en lugar de la suya). La belleza de su timbre es un elemento innato, lógicamente, pero su trabajo musical es algo que fue aprendiendo en su doble labor de antropóloga que canta y cantante que investiga. Hasta la aparición de este disco, yo pensaba que el canto ocupaba en su vida el lugar que se reserva a una segunda vocación. Hoy tengo serias dudas.
Los arreglos del pianista Diego Ferronato aciertan siempre en la intención de los temas, y consiguen sonar modernos sin jactancia modernista, escapando tanto del historicismo musical como del efecto anacrónico. Lo mismo puede decirse de toda la plantilla instrumental, sumados los invitados: esta gente entendió perfectamente de qué iba la cosa. Y entendió que para revisitar el mundo propio, a veces conviene ser un poco un extranjero. Con esa paridad de miradas, el tango y el samba ya dejaron los recelos de lado y se pusieron a recordar cómo empezó aquel amor.